Carta Pública a Diego Sinhue
Señor gobernador: Hoy esta columna semanal llega a 100 entregas y cumple dos años de observar al poder público en la Sierra Gorda de Guanajuato y sus alrededores mediante múltiples trabajos de investigación cuyos resultados han sido consignados todos los lunes aquí en Divisadero y también en varios reportajes. Por una excepción, me permito la licencia de utilizar este espacio para dirigirme a usted, más que como escritor y periodista, desde mi condición de ciudadano oriundo de estos cerros.
Lo hago solo por un motivo trascendente: esta hermosa región que para quienes somos de acá es nuestra casa grande, viene de un periodo de cuando menos cuatro siglos de fraguar una profunda identidad cultural y espiritual sustentada en la vida en comunidad, en el amor a la naturaleza y en el cultivo de nobles valores como la generosidad hacia el otro; sin embargo, en este periodo de tránsito entre esa larga época que finaliza y el mundo del presente, mucho de lo que fuimos se está extinguiendo irremediablemente, algunas cosas porque cierran su ciclo natural, pero otras por lo que hacemos o dejamos de hacer las personas que aquí vivimos, y también, por lo que propician los actos u omisiones de funcionarios públicos, como usted, que desde la condición temporal de su cargo tienen en sus manos decisiones que modifican el curso de la realidad.
Hoy día nuestro majestuoso paisaje natural cada vez contrasta más brutalmente con el paisaje humano que ha entrado en un acelerado proceso de descomposición. Y no tengo la menor duda de que un componente principalísimo de la gran tragedia que está hiriendo y destruyendo la bella alma ancestral de esta región, es que el rumbo de su historia actual está en manos de políticos muy corruptos, ladinos y anacrónicos. Que además, en su gran mayoría encuadran en el dicho “el que nunca ha tenido poder loco se quiere volver”.
Es realmente aterradora la impunidad y las manos libres con las que actúan los protagonistas de la vida pública, sin distingo de partidos. Tienen todo a su favor para maniobrar y hacer que parezca legal, lo ilegal. Y por supuesto, no son actos individuales, se trata de redes estructuradas dentro y fuera de las administraciones. Los más conspicuos políticos de cada localidad, y otros de alcance regional, se construyen un primer círculo de lealtades, algunos de sus cómplices tienen, por ejemplo, la función de mensajeros de sus negocios turbios, esos insinúan o pactan los ‘moches’, reciben el dinero, instrumentan las transferencias a terceros o la entrega en especie. Cuando los sobornos son en efectivo, las transacciones se hacen en las propias oficinas públicas, otras, en plazas comerciales o en los lugares menos pensados. En ese primer círculo de personeros también suelen estar quienes juegan el papel de prestanombres. Marrulleros que son, han desarrollado habilidades y argucia para no dejar huella, pero aparte les favorece que tanto órganos de control interno, como auditores, se coluden o hacen su trabajo solo por encimita. Es lo que suele nombrarse ‘corrupción institucionalizada’, que traducido en términos llanos es robar en despoblado sin dejar indicios.
Algunos de esos políticos y funcionarios corruptos suelen elegir ciudades como Querétaro para recrearse o adquirir propiedades, y al verlos en tiendas o restaurantes ostentando bienes y privilegios producto del enriquecimiento ilícito, imposible no preguntarse si dormirán tranquilos, si no les remorderá la conciencia estar llevando a la boca de sus hijos pan y tortilla muchas veces producto de truquear la legalidad y de hacer negocios irregulares al amparo del poder. Lo impresionante es concluir, que si a algunos eso nos provoca indignación y desaliento, para ellos no es motivo de ningún desasosiego, pues en sus personas esta normalizado el dinero mal habido, así como el cinismo, la mentira y el doble lenguaje, como vías para mantenerse vigentes en las nóminas gubernamentales.
Habrá quienes consideren desproporcionadas estas afirmaciones, yo mismo busco exigirme siempre una percepción de la realidad que incorpore los múltiples matices, y que no se reduzca al maniqueísmo de lo blanco y lo negro, de los buenos y los malos. Sin embargo, los lectores que han seguido estos dos años de investigaciones periodísticas, entenderán por qué me atrevo a aseverar que esta vez sí caben los extremos.
Y es que la corrupción, la impunidad, la voracidad por el dinero y el analfabetismo crónico de los políticos locales, es la condición más favorable para que proliferen el saqueo al erario, las obras de mala calidad, el nepotismo, los servicios públicos deficientes, la opacidad, y los lazos de complicidad de los gobiernos y policías con el crimen organizado.
Señor gobernador: lo que pasa en la Sierra Gorda y en sus cercanías, no le es ajeno, ni lo ignora. Datos suficientes tiene. Sus informantes de Secretaría de Gobierno en el noreste además de vigilar opositores, conocen los tejemanejes de alcaldes, alcaldesas y de los diversos actores políticos. Pero también es público –y esta columna lo ha documentado- que usted ha hecho del paraje El Platanal, en los límites de Xichú y Atarjea, su lugar de recreo, al que se le ha visto llegar a veces en operativos escandalosos, y otras con más discreción hasta llevando en remolque un Raizer. ¿Será que quiere seguir los pasos de los antiguos reyes Chichimecas? La leyenda dice que en ese mismo río que seguido visita, aquellos jerarcas iban a relajar sus cuerpos.
Conoce perfectamente las situaciones ominosas que están pudriendo la vida de esta parte de Guanajuato, pero en lo que lleva en el cargo no ha movido un solo dedo para cambiarlas, por el contrario, llama la atención que aun así coloca en puestos relevantes, alienta aspiraciones electorales, o arropa con contratos de obra pública, a hombres y mujeres del rumbo conocidos por ser de los más corruptos entre los corruptos, pero que le son cercanos tanto a usted como a Miguel Márquez.
La pregunta que está en el aire serrano, y que luego de 100 Divisaderos se vuelve más inquietante, es si usted es solo omiso, o es cómplice y beneficiario de esas redes de delincuentes metidos a la política.
Reciba mi saludo. Atte: Eliazar Velázquez.