Sábado, 11 Enero, 2025

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ChatGPT

Opinión

Cecilia Durán Mena

Lo primero que me gustaría señalar es que esta columna la escribí yo, eligiendo cada una de las palabras, sin copiárselas a nadie y sin la ayuda de ninguna aplicación de inteligencia artificial. El esfuerzo de ir detrás de la palabra correcta para expresar las ideas es de mi entera autoría y es así porque eso es lo que me gusta hacer, lo que me da plenitud y realización. Dicho eso, me gustaría confesar que entré a explorar ChatGPT y sentí que se me hacía un hoyo en el estómago. Le pedí que redactara un ensayo en español que sustentara la relación que existe entre la filosofía y la literatura y me dejó con el ojo cuadrado. El texto estaba, además de bien escrito, sustentado y sus ideas eran coherentes y cohesionadas.

La curiosidad mató al gato, dicen las voces populares. Fue esa curiosidad la que me llevó a investigar sobre el tema del que todos hablan. En los pasillos de las academias, los profesores se preocupan al darse cuenta de que muchas de las tareas que les piden a sus alumnos no fueron hechas por ellos y que hay una posibilidad inmensa de que hayan sido resueltas por un robot. Para muchos estudiantes, esta facilidad resulta una maravilla, porque sin esfuerzo logran cumplir requisitos escolares. Sucede a todos niveles educativos. Pueden pedir a ChatGPT que resuelva un problema de matemáticas de primaria o pueden solicitarle que conteste una pregunta de filología.

La experiencia con ChatGPT fue asombrosa y debo confesar que me puso los nervios de punta. Al mismo tiempo, me dejó un sabor amargo en la boca. Me hizo preguntarme si tanta inteligencia artificial no va a traer como resultado una Humanidad tonta. Sé que no soy la primera que se hace estos cuestionamientos frente al progreso. A Sócrates no le gustaba la escritura porque decía que eso haría flaquear la memoria. Si viera lo que pasa en la actualidad con los teléfonos celulares, sus huesos se removerían en la tumba. También es verdad que la tecnología está a disposición y hay que usarla, pero tengo mis reservas.

Y, es que si para contestar una pregunta, para resolver un problema, para emitir una opinión ya no necesito aprender, investigar, analizar, evaluar porque eso ya lo puede hacer una máquina; si para resolver algo o para enfrentar un desafío ya no es necesario que yo use mi criterio y le delego esa responsabilidad a un sistema inteligente, ¿en qué me voy a convertir? La respuesta hace que la piel se me ponga de gallina. Y, enseguida me pregunto: ¿es ahí a dónde quiero llegar?

 Y, desde otro punto de vista, ¿dónde queda la honestidad cuando yo le pongo mi nombre a una idea que me dio un sistema cibernético que se tardó unos cuantos segundos en producir el resultado? Más allá de ello, en un ámbito más inmediato, la honestidad académica es la que está en el filo de la navaja. Hoy, un estudiante puede presentar una tarea que fue resuelta por una aplicación y someterla a calificación. Es terrible imaginar qué pasará con un alumno de medicina que, en vez de estudiar y resolver sus tareas, le pide a ChatGPT —o a los que vengan en el futuro— que se las haga. La respuesta es sencilla: no va a aprender. ¿Quién en su sano juicio se pondría en manos de una persona que disertó de maravilla en torno a la resolución de un caso médico hecho por una aplicación?

Si ese fuera el camino, tal vez la conclusión socrática sea adecuada y la Humanidad estaría en riesgo de ver flaquear uno de sus dones más preciosos que es la inteligencia. Esto es la punta de iceberg, cuántos estudiantes estarán buscando una ruta más corta, una trampa que les ahorre el esfuerzo y les dé como resultado una calificación que no les pertenece; cuántos profesores estaremos recibiendo trabajos perfectos que no son evidencia del conocimiento adquirido.

Puedo presumir que esta preocupación agobia a instituciones como Harvard, La Sorbona, Stanford, tanto como a la UNAM o a la Anáhuac. Sin otro afán, estoy segura de que las corporaciones académicas están preocupadas por tanto plagio, tantas copias, tanta basura erudita, tantas fallas al momento de citar fuentes, de revelar bibliografía consultada. Los escándalos políticos sirven para destapar cloacas y la falta de honestidad académica que hemos atestiguado en estos últimos días es sólo la punta de iceberg. Puedo asegurar que cualquier curioso que tuviera las ganas de investigar sobre el tema se toparía con un número inmanejable de gente que copió, plagió y ahora entregó un trabajo hecho por ChatGPT.

El mundo se está transformando y no podemos ir en contra de los progresos tecnológicos. No obstante, me parece que debemos de abrir los ojos y reflexionar si ese es el futuro que queremos y nos tenemos que apurar antes de tener que írselo a preguntar a ChatGPT.

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