Desde el balcón
Desde el balcón, las Fiestas Patrias lucen coloridas, los tonos nacionales se escuchan tan festivos y es que rodeados de gente querida, que piensa igual, que miran al mismo lugar, todo se siente perfecto. Claro, la perspectiva desde el balcón es revitalizante. La gente se reúne para festejar y gritar ¡Vivas! Tal vez, desde ese lugar privilegiado, tan cómodo y tan por encima del suelo, la fiesta se vea llena de amor y armonía. Es posible que se caiga en la tentación de creer que todos los que están abajo te vienen a ver, salieron de sus casas a verte y a alabarte: a darte las gracias.
A nivel del suelo, las cosas se ven distintas. Hay empujones, unos por diversión y otros porque para conseguir un mejor lugar no hay de otra más que empujar. Entre cornetas, matracas, niños, viejos, jóvenes, la nación mexicana se destila en una celebración por el cumpleaños del México independiente. Algunos mirarán el reloj y expectantes elevarán la vista al balcón en espera de que salga el presidente.
Han salido tantos presidentes desde que a Porfirio Díaz se le ocurrió la buena idea de repetir el grito de Dolores. Entre ellos, también ha habido muchos López. Me parece que López Mateos fue el menos creativo, se dedicó a gritarle vivas a México y a los héroes que nos dieron patria y libertad. López Portillo fue más creativo y empezó a salirse del guion y a gritar ocurrencias que el pueblo festejaría sin saber mucho a qué se refería.
Este año, López Obrador gritó, como cada año, los nombres de los héroes de la gesta independentista, ¡Viva el cura Miguel Hidalgo! ¡Viva José María Morelos! ¡Vivan Josefa Ortiz de Domínguez y Leona Vicario! ¡Qué vivan! Respondemos los mexicanos con mucho sentimiento patrio. Y, ¿cómo perder la oportunidad de hacer propia la fiesta nacional? El Andrés Manuel, tan adepto a poner su sello personalísimo en los actos de Gobierno, también ha dedicado sus vivas a lo que le resulta relevante. Y, se descosió con vivas a la libertad, la igualdad, la justicia, la democracia y la soberanía. En muchos sentidos parece que estábamos escuchando a su antecesor López Portillo al que también le gustaba ponerle sus condimentos propios.
Y, ya encarrerado el ratón, sosteniendo nuestra bandera nacional, ha dicho: “¡Mexicanas, mexicanos, que muera la corrupción, que muera la avaricia, que muera el racismo, que muera la discriminación, que viva el amor!”. Abajo se gritaban vivas a los que AMLO ha dado por denominar los signos que caracterizan su movimiento político y lo que él ha dado en llamar Humanismo mexicano. Si es que eso existe, porque desde abajo, la democracia que el vitoreaba se preguntaba si aquello era una fiesta que se apropió el sujeto que vive en Palacio Nacional al no haber invitado más que a su círculo cercano y haber dejado de lado a los representantes de los otros poderes que conforman al México federado.
Claro que, desde el balcón del Palacio Nacional, el presidente ve las cosas desde otra perspectiva. Escoltado siempre por su esposa, todo debe tener un aire a flores y miel, todo es tan perfecto que hasta se anima a dedicar vivas a “los héroes anónimos”, a “los hermanos migrantes”, a los pueblos indígenas y a “la grandeza cultural” de México. ¿Cómo no? Si López Obrador dio el Grito con un Zócalo de la Ciudad de México lleno de gente que fue a pesar del aguacero que se precipitó en la capital de la República.
Y, desde el balcón, se puede llegar a creer que todo ese pueblo bueno lo fue a ver a él y no se dio cita bajo sus pies por motivaciones patrióticas. Desde luego, creerá que el motivo es apoyar la causa de su líder, del único e irrepetible López Obrador. Y mientras unos aplauden y vitorean, otros observamos. Nos da tristeza ver que el presidente haya decidido quedarse tan solito. Nos da miedo la hoja de ruta que está siguiendo. Mientras unos lo aplauden otros vemos que ha pedido que el próximo año se apruebe una reforma constitucional para remover a los ministros de la Corte y permitir que los relevos sean electos por la ciudadanía mediante voto directo. No quiere al legislativo ni al judicial cerca, no sea que le quiten brillo o lo quieran aquietar.
Cuando terminó la arenga, López Obrador contempló los fuegos artificiales. Desde el Zócalo se alzaron gritos de apoyo del público: “¡Es un honor estar con Obrador!”, “¡presidente, presidente!”. El presidente y su esposa mandaron un abrazo a la distancia al público y desaparecieron puertas adentro de Palacio Nacional y seguro que siguieron la fiesta, muy felices por el festejo patrio. El balcón se quedó muy solo.