Ejecuciones en Tierra Blanca (la muerte enraizó entre molcajetes)
Se cuenta que hace varios años, en un poblado al borde de la Sierra Gorda, desde el interior de una vivienda rodeada de cerros áridos, en las tardes se escuchaba cómo una piedra era golpeada con la “picadera”, nombre que le dan a su herramienta quienes elaboran molcajetes. Cercana la oscuridad, del lugar salía un hombre moreno, mediana estatura, a veces con playera o camisa, pero siempre muy peinado. Por el modo de arreglarse, y sus trazas despreocupadas, hubo quienes comenzaron a nombrarlo “El Catrín”. Se perdía en la noche, pero al siguiente día, se oían otra vez los golpes en la piedra.
Así fue durante largo tiempo, hasta que después de un suceso violento en ese sitio, corrieron versiones de que el hombre del peinado pulcro habría regresado con sus hijos y esposa de los que se había distanciado, quienes residían en la cabecera municipal de Tierra Blanca. Por entonces, desde la ventanilla de los autobuses Flecha Verde, o desde el automóvil, en su vivienda podían observarse molcajetes en venta. Ya en tiempos recientes, acomodados sobre la banqueta, se ofrecían maceteros.
Cuando la noche del sábado 19 de octubre se escucharon disparos precisamente en esa zona del poblado, apenas se cumplía un mes de que, a la altura del CECyTE, una camioneta donde viajaban presuntos delincuentes chocó vehículos oficiales. Con tono de urgencia, en grupos de WhatsApp se escuchaba: “Delegados, buenos días, soy el director de Protección Civil, miren, nada más para comunicarles por favor que si ven a dos personas de playera gris, se nos acaban de escapar por acá, son secuestradores, nos urge que nos apoyen delegados con su gente en las comunidades, ganaron rumbo a las Moras, a esta cañada, posiblemente estén por ahí…”. Pero ese incidente no era aislado, se concatenaba con varios robos de autos a mano armada. A ese punto crítico se había llegado porque los atracos se sucedieron uno tras otro, pero no hubo autoridad que impidiera el libre tránsito de los malvivientes por esas rutas.
La noche del sábado 19 de octubre, luego de las detonaciones, casi enseguida surcaron la oscuridad gritos desgarradores de mujeres, niños, muchachos, mostrando su dolor ante la escena que presenciaban. Como todo sucedió en una vivienda al borde de la carretera que conduce a Victoria y Santa Catarina, automovilistas registraron en su teléfono el instante del caos y las voces desesperadas. Otros documentaron cuando ya un cuerpo tendido sobre el asfalto había sido cubierto con una sábana. Luego se sabría que hubo heridos y dos decesos.
La impunidad que todo lo pudre…
Muy pronto, en las redes sociales de la localidad, los habitantes identificaron a las víctimas como parte de una familia a la que conocen como “Los Catrines”, mote al parecer derivado del que adquirió aquel hombre que tiempo atrás aparentemente se dedicaba a elaborar molcajetes .Luego, trascendió que los difuntos fueron un hijo y un nieto de éste. Lo alarmante es que la mayoría de los comentarios en esas publicaciones, expresadas en el tono de un juicio popular, no lamentaban el suceso, pues afirmaban que miembros de esa familia llevaban tiempo dañando a la comunidad e incluso enlistaban sus presuntos delitos, insistiendo que quienes ganan el sustento con trabajo honesto mucho esperaron que el gobierno actuara y nunca lo hizo.
Son las autoridades correspondientes las encargadas de juzgar, pero por los elementos que los pobladores hicieron públicos en esas horas, el hecho apunta a ser la réplica exacta de una realidad ya generalizada en toda la región noreste: la gente sabe dónde viven quienes se dedican a delinquir o hasta la manera como drogas y armas son trasportada a todos los rincones; pero alcaldes, alcaldesas, ayuntamientos y policías no se dan por enterados, simulan no saber nada, así los nidos de delincuencia muchas veces se localizan a pocas cuadras de la presidencia municipal. Hay poblados pequeños donde se llega a extremos inverosímiles: como en Santa Catarina, donde es secreto a voces la existencia de un núcleo familiar involucrado en ilícitos, el cual también es identificado con un sobrenombre, pero el padrón electoral es tan reducido, que pasan los gobiernos, entre ellos el reciente encabezado por Sonia García Toscano, y nadie toca a esos presuntos delincuentes, porque significan algunas decenas de votos.
Rómulo García ¿omiso o cómplice?
La oleada de robos de automóviles en semanas recientes, que solo pudieron realizarse con la impunidad que gozan los delincuentes en las rutas carreteras que atraviesan el municipio de Tierra Blanca, así como las reacciones ciudadanas que ante estos homicidios se propagaron en las redes sociales, exhiben que el alcalde panista Rómulo García Cabrera, no está cumpliendo su tarea en materia de seguridad. Por lo que cabe preguntarse: ¿entonces con qué propósitos buscó gobernar un segundo periodo? Aunque también causa inquietud, por qué los votantes refrendan su apoyo a políticos que ya les han mostrado no tener compromiso real con los problemas más apremiantes de sus pueblos.
Estos lamentables sucesos, son un ejemplo preciso de desenlaces trágicos que se van fraguando a paso lento, sumando: fracturas al interior de núcleos familiares, omisiones o complicidades de la autoridad, y la indiferencia de la propia comunidad que no opone resistencias a la degradación social.
En Tierra Blanca, existe una añeja problemática relacionada con el consumo de alcohol que es causa de muchas muertes, también ha sido un factor de deterioro en el seno de familias y poblados; pero a esa tragedia, ahora comienzan a sumarse las atrocidades que está generando la penetración (tolerada por el gobierno local) del crimen organizado.