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El camino viejo

Opinión

Cecilia Durán Mena - Las ventanas

No todo tiempo pasado es mejor, no obstante, hay quienes entornan la mirada, engolan la voz, suspiran por los tiempos idos y quieren hacer lo imposible: regresar las manecillas del reloj. Parece que estos nostálgicos le echan ganas y buscan las mismas condiciones de hace cuarenta años para replicarlas en el presente. Para muestra, aquí está el botón de lo que sucede en el escenario nacional.

Hace varios sexenios, la inflación empezó a desfilar como caballo desbocado. No había quien la pudiera detener y es que, ya encarrerado el ratón, a ver qué gato lo alcanza. Y, es que tal como lo explicó el escritor estadounidense Ernest Hemingway: “La primera panacea de una nación mal dirigida es la inflación”. En los sexenios de Luis Echeverría el incremento de los precios se empezó a acelerar; la situación se agravó en los tiempos de José López Portillo y colapsó con Miguel de la Madrid. Algo que no entendieron es que el efecto inflacionario es un refugio para políticos y economistas oportunistas que genera ruina de largo plazo.

Desafortunadamente, el desastre de los años setenta y ochenta tuvieron dos elementos mortales: inflación y desempleo. La tasa de variación en los precios se combinó con un elevado índice de gente que no conseguía trabajo. En sus peores momentos, se llegó a algo que los economistas denominaron estanflación: estancamiento y porcentajes muy altos de inflación. La espiral fue acelerada y descendente.

Eran los tiempos en los que los presidentes eran abogados y creían que la solución era imprimir más billetes. Su razonamiento era: si falta dinero, hagan más. Desde luego, agravaron el problema en forma alegre e irresponsable. Un aumento de la demanda se reflejaba en precios cada vez más altos e inalcanzables y en una disminución de las fuentes de empleo. Esos fueron los años tardíos del siglo XX. Los estados financieros se expresaban en precios corrientes y constantes, para reflejar los efectos de la inflación. El Instituo Mexicano de Contadores Públicos emitió el famoso Boletín B10 con métodos complicados para valuar inventarios y tratar de expresar el desastre inflacionario. Todo era muy difícil. Parar esa espiral acelerada tardó casi veinte años.

El primer escalón fue entender que los precios no deben de elevarse, eso no es normal, debe ser una excepción. Los salarios sólo se elevarían en términos de la productividad del trabajo. El banco central debería tener independencia para blindar la economía de las ocurrencias de alguien que tuviera la tentación autoritaria de mover palancas y variables sin entender la gravedad de esos actos. Se buscaron formas para controlar los tirones de la demanda, de tranquilizar las ansias consumistas de compradores que compraban por nerviosismo y para ordenar los empujones de los costos crecientes.

Con el primer presidente economista, Carlos Salinas de Gortari, hubo pactos de control de precios que funcionaron para romper el ritmo inflacionista y volver a las épocas de los precios estables. Fue una medida de corto plazo que ayudó en las primeras etapas, luego se tuvieron que implantar políticas que atendieran las razones subyacentes. Sería en tiempos del presidente Ernesto Zedillo Ponce de León, un destacado doctor en economía de la Universidad de Harvard, cuando después de mucho batallar, entregaría una economía estabilizada que sentara las bases de normalidad económica.

A los mexicanos nos costó mucho recuperar un escenario en el que no hubiera inflación rampante y estancamiento. A varias generaciones se nos conoce como los hijos de la crisis, porque no conocíamos lo que era vivir sin aprietos económicos. Gracias a la inflación vimos como, quienes habían ahorrado para los tiempos de vacas flacas, se quedaron con las manos llenas de aire. No había seguridad y lo único cierto era que el valor del dinero iba disminuyendo en caída libre. Fue una pesadilla larguísima.

No en vano, muchos analistas se preocupan por la independencia del Banco de México, por proteger a nuestra economía de aquellas prácticas tan dañinas y que tanto costó erradicar. Créanme, no todo tiempo pasado fue mejor.

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