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El insurgente José María Liceaga, su actividad legislativa y sus proezas militares

Opinión

Artemio Guzmán - Consumación 2021

En agosto de 1811 José María es nombrado vocal de la Junta de Zitácuaro al lado de José Sixto Verdusco y el propio Ignacio López Rayón. Sin embargo, con la toma y destrucción de Zitácuaro por las tropas de Calleja, Liceaga retorna a Guanajuato y se convierte en el máximo dirigente de los insurgentes en esta provincia.

José María Liceaga nació en la ciudad de Guanajuato en 1782, fue hijo de Manuel Liceaga y María Josefa Reyna. Gracias a su posición social, el joven José María puede trasladarse a la ciudad de México e integrarse como cadete al Regimiento de Dragones. Sin embargo, con el estallido insurgente de 1810 se une al cura Miguel Hidalgo, por identificarse con su ideología liberal.

Por su participación en la toma de Guanajuato recibe el grado de capitán y más tarde, al organizarse el ejército insurgente en Acámbaro, queda al mando de mil hombres con el distintivo de coronel. Comparte con sus compañeros de lucha la victoria en el Monte de las Cruces y las derrotas de Aculco y Puente de Calderón. Después de ésta, en Saltillo, Ignacio López Rayón queda a cargo de las fuerzas armadas mientras los otros líderes van a la frontera norte a reabastecerse. Liceaga es nombrado su adjunto y comparte con aquél esta gran responsabilidad.

Cuando los primeros cabecillas caen presos en las norias de Baján, López Rayón y Liceaga emprenden una penosa marcha de Saltillo a Zacatecas. El desierto, el hambre y la sed provocan decenas de muertes y cientos de deserciones; pero tienen éxito al atacar Zacatecas, allí se recuperan y ganan adeptos.

En agosto de 1811 José María es nombrado vocal de la Junta de Zitácuaro al lado de José Sixto Verdusco y el propio Ignacio López Rayón. Sin embargo, con la toma y destrucción de Zitácuaro por las tropas de Calleja, Liceaga retorna a Guanajuato y se convierte en el máximo dirigente de los insurgentes en esta provincia.

Allí se topa con el realista Agustín de Iturbide, quien se dedica a perseguirlo envalentonado por su reciente captura de Albino García y buscando la recompensa de diez mil pesos que el gobierno ofrecía por Liceaga.

Éste ubicó su cuartel principal en dos islotes de la laguna de Yuriria, unidos por una calzada y rodeados de una cerca de piedras y una estacada. Allí, en el llamado “Fuerte Liceaga” se acuñaron monedas, fundieron cañones y elaboró pólvora. Allí también se imprimieron dos números de la “Gaceta del Gobierno Americano en el Departamento del Norte”.

Conociendo de su posición, las fuerzas realistas se trasladan a Santiaguillo –frente a los islotes– ven la dificultad de efectuar un ataque directo y a partir del 9 de septiembre de 1812 establecen un cerco, incursionando además contra los guerrilleros de la zona.

La estrategia le resulta a Iturbide, pues en 52 días logra dispersar varios grupos sublevados, captura y manda fusilar a los cabecillas Francisco Valle, Francisco Ruiz, Jesús Calderón y Buenaventura Navarrete.

Una vez transcurrido este lapso, considera que los defensores del fuerte se encuentran agotados para resistir un asalto y la noche del 31 de octubre al 1° de noviembre ordena la acometida utilizando balsas y canoas.

La sorpresa entre los insurgentes es total. Bajo el mando inmediato del capitán Vicente Enderica, el sargento Juan Espinosa y diez granaderos de su brigada son los primeros en desembarcar, seguidos por los hombres de Gaspar López y los realistas de Silao. Sus bajas son mínimas; en cambio, casi todos los insurrectos caen prisioneros.

A los ojos de Iturbide, sin embargo, la victoria no es completa; pues el arrojado jefe de Romita, José María Liceaga –no por nada apodado “el Bronco”–había logrado días atrás burlar el cerco, quedando al frente el sacerdote Mariano Ramírez.

Tanto Ramírez, como José María Santa Cruz, mayor de la plaza; Tomás Moreno, comandante de artillería; el padre menorista Felipe Amador, y el inglés Nelson, quien dirigió los trabajos de fortificación, se convirtieron así en las presas más estimadas por Agustín de Iturbide. Ellos fueron conducidos a Irapuato y pasados por las armas. El resto de los prisioneros –cerca de 200 personas– corrió igual suerte; por ello, Iturbide fue llamado sanguinario hasta su muerte.

Por su lado, Liceaga se refugia en Michoacán. Debido a su prestigio es convocado por José María Morelos al Congreso de Chilpancingo, en el cual tiene intervenciones sobresalientes. Reconoce la declaración de independencia redactada por el propio congreso y es el primer signatario de la Constitución de Apatzingán.

Liceaga sobrevive a la derrota de Morelos en 1815. Luego convive con el militar español Javier Mina durante su breve campaña libertaria de 1817. Interviene en sus deslumbrantes victorias e incluso lo acompañaba en El Venadito la noche que Mina cae preso, logrando huir a galope tendido, impulsado por su instinto de guerrillero.

Meses después, cuando se ocultaba en su hacienda, La Laja, cerca de Silao, “el Bronco” fue asesinado por Juan Ríos, un salteador de caminos que quizás actuó por iniciativa propia o siguiendo órdenes del guerrillero Miguel Borja.

Por todos los méritos de José María Liceaga, actualmente el Cronista de Romita, Josué Bedia Estrada, gestiona ante las autoridades de nuestra entidad que se le nombre Hijo predilecto del Estado de Guanajuato y Benemérito de la Patria. Honor ciertamente justo.

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