Sábado, 11 Enero, 2025

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Entre monedas, piedritas y globos

Opinión

Guadencio Rodríguez Juárez -Parentalidad

Mientras espero para realizar un trámite administrativo observo la manera en que un niño de dos o tres años de edad, cuya mamá también espera turno, se entretiene: camina por el espacio prestando atención a todo lo que hay a su alrededor. Cuando parece aburrirse ésta le proporciona una moneda a la cual el niño le saca provecho lúdico por más de 20 minutos: la mira, la lanza hacia arriba, a lo lejos, va por ella entre las sillas, regresa al punto original para repetir la acción mientras que la mamá se nota un tanto preocupada por el alboroto del niño.

Cuando la moneda da de sí, se le ocurre dar vueltas y vueltas alrededor de uno de los pilares del edificio. Su rostro es de suma alegría. Corre. Aumenta la velocidad y las carcajadas. “Cuántas vueltas es capaz de dar sin caer de mareado, ¿verdad?”, le digo a la mamá que se le ve preocupada ante el bullicio de su hijo. “Se ve muy divertido”, complemento con la sonrisa genuina que me provoca el cuadro; lo digo también con la intención de hacerle saber que por lo menos a mí no me molesta la actividad de su hijo (de hecho me maravilla al contemplar su capacidad de disfrute y de pasar el tiempo, a diferencia de los adultos que esperamos pasivamente con un rostro de aburrimiento que parece ir pasando hacia la molestia ante la excesiva burocracia).

Después de cada ronda de vueltas alrededor de la columna regresa a su base segura, su mamá: la mira, la toca, le sonríe; cada vez parece sentirse más seguro al constatar que esta sigue ahí a cada regreso, por lo que enseguida corre metros más lejos, tropezándose en más de una ocasión con los leves desniveles del piso, quedando a punto de golpearse la cabeza con el pilar y de tumbar la publicidad del establecimiento.

Entonces la mamá comienza a desesperarse por la hiperactividad de su hijo. Parece aumentar su preocupación no por lo que el niño hace, sino por la molestia que pudiera generarnos a quienes ahí esperamos o por el daño que pudiera causar al inmueble y a los objetos que ahí se encuentran.

Esto lo deduzco de su tendencia a ir por él y sentarlo con fuerza en su regazo o en la silla al lado suyo, y de sus innumerables consignas, advertencias y prohibiciones: ¡Ya siéntate!, ¡No grites!, ¡No molestes!, ¡No corras!…

Realmente el niño no hace nada inadecuado, tampoco parece haber molestia en quienes le observamos.

El tiempo transcurre, la tensión de la mamá sigue en aumento. Esta vez el niño escapa de sus brazos, corre por el espacio, ella lo atrapa y lo sienta, él se opone, ella se impone: “¡Estate quieto!” Él se frustra, llora.

“¿Cómo estarse quieto a los dos o tres años de edad en un lugar tan aburrido?”, me pregunto mientras improviso un “periscopio” con una hoja para regalárselo. Pero en ese momento se acerca a él una de las titulares del establecimiento, le dice algunas palabras que lo consuelan y remata con un obsequio: una paleta de dulce. El niño se queda quieto en la silla por unos minutos, los suficientes para terminarse la paleta. La mamá recobra la calma.

Me quedo pensando que en más de alguna ocasión he escuchado decir a profesionales de la nutrición que ciertos tras tornos de la alimentación están relacionados con la manera en que se utilizan los alimentos para calmar y aquietar a los niños y niñas, lo cual se traduce en el futuro en adultos que ante la ansiedad, aburrimiento, miedo, estrés o cualquier otro estado que les genera malestar, recurren a la comida como fuente de apaciguamiento.

Este niño no necesitaba comida, sólo deseaba seguir jugando, explorando el ambiente, realizando proezas psicomotrices. Un periscopio de papel no hubiera estado mal.

Terminada la paleta y recargado de la energía que ésta le proporciona, sale disparado de su silla: corre, da más vueltas al pilar, ríe, goza. La mamá, desesperada, está a punto de ir por él. La que le espera. Pero lo salva la campana. La funcionaria llama a la mamá. Su turno llegó. A partir de ahora la atención de esta se centra en el trámite, dejando jugar libremente al niño durante la siguiente hora que invertirá en dicho proceso, con un par de piedritas que este tomó de una maceta, un recibo de la luz, una cuerda y un globo que no sé de dónde sacó.

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