Guadalupe
Las imágenes entran por los ojos y llegan al corazón. El santuario de veneración católica más visitado del mundo lució vacío, los peregrinos no llegaron a la casita del Tepeyac que se le construyó a la Virgen Morena. Lo que en otros tiempos buscó darle hachazos a la fe: guerras, ideologías, amenazas, incredulidades sólo consiguió que el amor mariano se afianzara más. Hoy, el efecto de un virus que nos cambió la vida y nos metió en un estado de reclusión involuntaria del que ya queremos salir, nos arrebata la intención peregrina, pero no todo lo demás. El milagro de la Virgen de Guadalupe trasciende las fronteras físicas y los linderos que marcan los encierros.
Por años, las faldas del cerro del Tepeyac se llenan de peregrinos que van a visitar a la siempre nuestra Virgen de Guadalupe para encomendarse, agradecer, jurar, pedir. Cada año, mexicanos y gente que llega de otras tierras, entran a la Basílica con profundo respeto y firmísima esperanza de ver el milagro que se hizo patente en la tilma de Juan Diego. Este año, no fue posible, no fue prudente. Fue necesario encontrar otras formas de mostrar el fervor.
Ver las imágenes de la Basílica de Guadalupe vacía, justo el doce de diciembre, sobrecoge la memoria colectiva de los mexicanos. Se entiende que haya algunos que no comprendan ese hueco que se abre en el alma peregrina. Sin embargo, basta echar un vistazo a nuestras tradiciones más antiguas para abrir los ojos y discernir.
Ya desde mediados del siglo XVI hay testimonios de la proximidad que la imagen de la Virgen tenía con el pueblo de México. En el Nican Mopahua —aquí se narra, en náhuatl—, se nos da cuenta del impacto que causó en la sociedad el milagro guadalupano. Fue tal la huella que se nos imprimió, —independientemente del credo o tradición, sencillamente como dato historiográfico, además del religioso— que no son pocos los que coinciden en reconocer este hecho como un elemento extraordinario de evangelización que no se ha repetido en forma igual en otra parte del mundo. Non fecit taliter omni nationi, declaró en 1754 el Papa Benedicto XIV y confirmó el Patronato de la Virgen de Guadalupe sobre la Nueva España. A la palabra se le acompañó con el hecho: promulgó una Bula en la que aprobó a la Virgen de Guadalupe como Patrona de México, concediéndole misa y oficio propios. El arraigo tiene historia, viene de antaño.
El doce de diciembre de 2020 quedará marcado en los anales de la Historia. El amor que ha despertado el ayate confirma una tradición de cariño ininterrumpida desde que el mismo Juan Diego, en su afán apostólico de convertir a sus paisanos a la fe y atraer devotos a la imagen, relataba los hechos de las apariciones personalmente y a viva voz.
Insisto, más allá de cuestiones religiosas, Guadalupe representa el puente entre la riqueza de las razas prehispánicas y las nuevas tradiciones gracias a la cercanía que logró la Virgen con los habitantes de estas tierras. La intermediación entre la mentalidad indígena y la nueva cosmogonía, la fusión del espíritu contemplativo y el gozo tranquilo que forjó un buen romance con los corazones de quienes fraguaban la nación mexicana. Con Guadalupe se integra una de las huellas de identidad más importantes de lo que se conocerá como México. Por supuesto, también está la relevancia del suceso de fe.
Por eso cada año, muchos peregrinos buscan el consuelo que se encuentra: “en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos”, tal como lo refieren las palabras de la propia Virgen, rescatadas en el Nican Mopahua. Los mexicanos vimos que se cerraron las puertas de la Basílica, pero la fuerza guadalupana es una de las fortalezas tradicionales y el mayor culto Mariano que se nos ha legado por cuatro siglos. Su impacto no se socaba, busca formas nuevas de manifestación.
Tal como nos lo dijo Juan Diego: aquí brotó y reverdeció una corola de fe del conocimiento de Aquel por quien se vive: el verdadero Dios. (Nican Mopahua 2) Por eso, los peregrinos vienen a reconocer su carácter divino, a presentarle plegarias, a admirar sus milagrosas maneras (Nican Mopahua 218). No pudo ser a puertas abiertas, fue en la intimidad del corazón.