Libia García: la ultraderecha edulcorada
Era un domingo de 1995. Una veintena de campesinos llegaban a Dolores Hidalgo provenientes del municipio de Atarjea. Caminaron por varios días rumbo a la capital del estado, inconformes por lo que consideraban una elección de ayuntamiento fraudulenta. Los dirigía un doctor avecindado en ese rumbo que había encabezado la planilla del PAN. En el conteo final estuvo a pocos votos de que por primera vez se derrocara al PRI, por entonces tan amo y señor de toda la Sierra Gorda, que literalmente hacía votar hasta a los muertos o propiciaba el milagro de que aparecieran en las urnas más boletas que la cantidad de ciudadanos que habían acudido a la casilla.
Vicente Fox recién había sido electo gobernador y, aunque se trataba de un conflicto de bajo perfil, no dejaba de inquietarle al gobierno el enojo de esas personas que los obligó a atravesar los cerros para hacerse visibles. Por eso aquel domingo, el líder de esa inconformidad, fue llevado a una casa céntrica donde lo esperaba un hombre de mediana estatura, delgado, quien escuchaba sus demandas. Personalmente presencié esa escena y pude saber, que aquel emisario sin cargo, se llamaba Elías Villegas Torres, aunque en ese momento el nombre no me decía mucho. Tiempo después supe que se trataba del leonés quien, según diversas indagaciones periodísticas de esas fechas y posteriores, era ni más ni menos que el poderoso jefe local de la organización de ultraderecha (entonces más secreta que ahora) conocida como El Yunque, la misma que ha puesto en la palestra a los panistas que han llegado al cargo de gobernadores en las últimas décadas (cuando ese diálogo sucedía en Dolores Hidalgo, la ahora candidata Libia García Muñoz Ledo, estaba cumpliendo apenas 12 años de edad).
No se requiere ser periodista, tan solo contar con un par de sentidos aguzados -y haber vivido en Guanajuato estos últimos 30 años-, para darse cuenta que, al margen de versiones que quizás colindan con la fantasía, la ultraderecha existe, es una realidad, tiene nombres, apellidos, intereses y prácticas muy definidas. Tal como sucede en el otro extremo ideológico, del lado de la izquierda (en donde también se construyen núcleos sectarios duros y hasta enfermizos) en Guanajuato, la derecha ha penetrado las instituciones, se ha enraizado y extendido en el cuerpo social, con lo más insalubre de su ideología que defiende una visión del mundo con rasgos marcadamente clasistas, racistas, que sataniza las libertades civiles, sexuales; que rinde culto al dinero, a la hipocresía y al éxito individual, todo eso entretejido, y legitimado, a través de una serie de referentes histórico-religiosos con tintes de fanatismo.
En Guanajuato vivir bajo un régimen coercitivo y autoritario está normalizado, al grado de que las mayorías ya obvian su grado de toxicidad y enajenación. Hace algunos años, en un poblado al sur de Chile, me tocó percibir fugazmente el temperamento y la mirada de algunos nostálgicos de Augusto Pinochet, y en serio que era sorprendente el parecido con algunos de los más enardecidos derechistas guanajuatenses, los mismos que solo ven la paja en el ojo ajeno cuando se tiran al piso indignados por lo que consideran como propósitos dictatoriales del actual ocupante del palacio nacional. Basta hurgar más allá de las apariencias, no quedarse en las capas de información superficiales y manipuladas, para darse cuenta de los desplantes totalitaristas de este modelo guanajuatense donde los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, como igualmente la prensa y hasta las universidades públicas, son controlados por los mismos grupos de interés conservadores, y en donde las nóminas oficiales son forzadas a alinearse como clientelas del PAN.
Ante los reacomodos geopolíticos que se están operando en el planeta con el rebrote sorprendente de las derechas más duras, particularmente en algunas zonas de Europa y América, para los empresarios, políticos, curas y obispos de Guanajuato identificados con esa postura ha de resultar muy importante preservar la gubernatura, no solo por sus intereses domésticos, también por lo que significa como trinchera y plataforma para la ultraderecha como tendencia global, y con más razón si es que el próximo domingo se cumple el pronóstico de que a lo largo del país, el PAN y sus aliados habrán de recoger más escombros que triunfos.
En estas circunstancias donde, además, la alternancia hasta por sentido común es ya una urgencia, a los núcleos de interés político y económico que dictan el rumbo de la entidad -y que tienen muchos jugosos intereses que cuidar-, no les hubiera dejado buenos dividendos un candidato o candidata con un perfil frontalmente sectario. Por el contrario, les garantiza más votos-y eventualmente más estabilidad social- una persona como Libia García, militante con fuertes raíces doctrinarias, pero con habilidad para tender puentes con los diversos actores sociales.
En los círculos políticos, los comentarios coinciden en que la candidata del PAN, PRI y PRD a la gubernatura es una persona inteligente, con formación y herramientas para el ejercicio del poder. Ella, por su parte, ha lanzado guiños de que en caso de ganar acudirá a la autocrítica en relación a los gobiernos que le anteceden, también encontró en el tema del fiscal Carlos Zamarripa un recurso propagandístico para manejarlo como garantía de su pretendido nuevo comienzo, todo eso -junto a su aparente mayor apertura a temas que su partido suele soslayar o de plano evadir porque incomodan a la jerarquía católica- le ha valido para ofrecer una tenue imagen de que no está anclada en los más anacrónicos moldes derechistas, lo cual seguramente es seductor para algunos segmentos de votantes, hasta de su propio partido, conscientes de que esa mentalidad antediluviana está a destiempo con el mundo contemporáneo.
Habrá que esperar si la noche del próximo domingo 2 de junio se repiten las tendencias que han prevalecido las últimas tres décadas en el electorado guanajuatense a la hora de elegir gobernador y diputados locales, o si hay un giro en la historia política de la entidad, pero de entrada, es indudable que los grupos y redes de poder conservadores (incluida la iglesia católica) que circundan a Libia García, y que han articulado y sostenido su campaña, encontraron en ella los atributos para venderle a los votantes la idea de un cambio sin radicalismos, ni rupturas. Aunque se trate en realidad de un maquillaje color rosa que es previsible mantendrá intactas la profundidad de las raíces y privilegios de la ultra derecha.