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Ojalá la niñez sea más respetada

Opinión

Cada fin de curso el alumnado lleva a cabo proyectos y trabajos finales con el fin de aprobar la materia. Bueno, en realidad ese no es –o no debería ser– el fin, sino consolidar aprendizajes construidos a través del ciclo escolar.

Me entusiasman y llenan de esperanza aquellos trabajos finales que no son pensados sólo para cumplir con los requisitos de la asignatura, sino que tienen como finalidad aportar algo a la sociedad. Y más aún cuando estos los realizan personas muy jóvenes.

Esta vez me conmovió y entusiasmó sobremanera el trabajo de Iker y su equipo, alumnos de sexto grado de primaria que eligieron como tema: la crianza respetuosa y la erradicación del maltrato hacia las niñas y niños: “Yo tuve el pensamiento de que este trabajo ayudaría a mucha gente, pues es un tema muy interesante y hace mucha falta que se conozca bien, ya que hay muchas cosas que se ven como normales y no lo son”, dijo Iker.

Enterarme que alumnos de último grado de primaria leyeron el libro de mi autoría Cero golpes y para obtener información, preguntaron a sus respectivos padres sobre el tema –sobre todo a la mamá de Iker que es una conocedora de la crianza respetuosa–, dialogaron entre ellos acerca de los malos tratos, sus causas, consecuencias y tipos, resulta para mí motivo de alegría, pues puedo imaginar lo significativo que les resultó pensar acerca de un tema fundamental para la vida de los seres humanos y de las sociedades donde crecen.

Una de las conclusiones a las que llegaron, producto de la aplicación de encuestas sobre los tipos de educación y crianza que practican algunas personas fue que la mayoría siguen recurriendo a métodos que se basan en el miedo y el castigo, a veces con golpes y maltrato.

Supe que este fue un trabajo confrontador para estos niños, pues no todos tenían la claridad acerca de los límites entre los buenos y los malos tratos, sino que algunos miembros de dicho equipo ya tenían algún nivel de naturalización del maltrato en sus propias vidas, por ejemplo, los gritos y los regaños y gritos furiosos, pero su percepción cambió producto de la reflexión y el análisis. ¡Qué maravilla!

Muy probablemente el trabajo en equipo resultó ser un tutor de resiliencia (y ojalá también lo haya sido para quienes pudieron acompañar este proceso y escuchar su exposición final: padres, madres, docentes, compañeros de clase). Y es que las niñas y los niños necesitan conocer lo más pronto posible los límites entre los buenos y los malos tratos para no naturalizar a los segundos. Necesitan la voz de un “testigo cómplice” (en palabras de la filósofa y psicoanalista Alice Miller), es decir, una persona que al escuchar la postura del niño maltratado valide su dolor en lugar de validar la acción del agresor o del castigador.

Un niño necesita saber que nadie debe meterse con su cuerpo. Necesita saber que cuando los adultos hacen algo que atenta contra su dignidad, la culpa es del adulto, nunca del niño o de la niña. En ocasiones el adulto suele decir que castiga, grita o regaña porque está educando, disciplinando, es decir, que lo hace por el bien del niño. Suele decir que la medida punitiva y en ocasiones cruel es porque el niño se lo buscó con su mal comportamiento. Lo cree porque así se lo hicieron creer cuando él era niño y sus respectivos educadores lo agredieron con sus métodos disciplinarios punitivos y nunca encontraron una persona que les dijera que eso no era justo, digno, benéfico, educativo, tampoco culpa suya.

Cuando los niños y las niñas escuchan que ellos tienen derecho constitucional a una vida libre de violencia, consiguen poner la responsabilidad donde corresponde, y aunque el adulto les diga que les pega, grita u ofende por su bien, ellos ya no se lo creen, y si tienen posibilidad se defienden (aunque no siempre existe tal posibilidad, pues el poder del adulto es inmenso ante el poder de un niño): “No me hables así”, “Lo que me haces me duele”, “Respeta mis derechos”, expresiones que resultan de alto desagrado a los adultos que aún no logran curar las heridas que les dejó el estilo autoritario padecido en sus respectivas infancias.

La iniciativa de este equipo que hoy está terminando primaria constata que las niñas y los niños bientratados no sólo tienen la fuerza para resistir la violencia y el abuso que existe en la sociedad, sino también para oponerse a ella, así como para participar en la construcción de un mundo humano más justo y solidario (Barudy, 2005). Enhorabuena por las nuevas generaciones.

“Ojalá la niñez sea más respetada”, concluyó Iker.

Deseo de las niñas, niños y adolescentes contemporáneos que, tal y como también concluyó el coordinador del primer estudio mundial sobre violencia contra este sector de la población (2006), Paulo Sérgio Pinheiro, “los niños están hartos de ser considerados el futuro. Ellos quieren vivir en un mundo sin violencia en el presente”.

Psicólogo / [email protected]

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