Sábado, 11 Enero, 2025

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¿Para qué sirve la geografía, maestra? Para saber dónde estás parado

Opinión

Cecilia Durán Mena - Las ventanas

Conversación en un salón de clases de primaria.

Si le preguntas a un chino, a un japonés o a algún europeo dónde está Atlacomulco, lo más probable es que no lo sepa. Es más, me atrevo a decir que muchos mexicanos no podrían responder en forma correcta ese cuestionamiento. Pero, un político mexicano sabe no sólo la ubicación geográfica de ese importante municipio del Estado de México, sino que conoce sus implicaciones, con independencia de la filiación partidaria que tenga. Definitivamente, una persona que fue presidente municipal de la demarcación de que sabe, sabe. Y, no es que a uno le gane la perspicacia ni la mala voluntad, pero el hecho de que la estatua del presidente López Obrador haya amanecido rota y en el suelo, tampoco causa sorpresa.

Atlacomulco ha sido la cuna de uno de los filones más poderosos del Partido Revolucionario Institucional, ahí nació el último presidente priísta —Enrique Peña Nieto— y esa tierra ha sido fértil para cosechar gobernadores, secretarios de estado, legisladores y profesores que se vuelven muy ricos porque saben hacer negocios. El hecho de haber colocado una estatua de cantera de Andrés Manuel López Obrador, exmilitante del PRI que ha tachado a su antiguo partido de nido de rateros y promotor de corrupción era, como dicen en términos futbolísticos que tanto le gustan al señor presidente, un strike cantado. Vamos, sólo un ciego no imaginaría que, por lo menos, la efigie no caería bien en el municipio.

Pues resulta que el alcalde saliente, Roberto Téllez Monroy que pertenece al partido en el poder, se figuró que una bonita forma de ganarse el cariño de su jefe supremo era mandándole hacer una estatua de cantera que le costó cincuenta mil pesos. A bote pronto, uno se pregunta lo que estaría pensando el señor y tildaría semejante ocurrencia como una tontería. Pero, una acción de ese tamaño más que tontería parece algo que trae jiribilla.

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La estatua no duró en pie ni una semana. Amaneció rota, en el suelo, descabezada y sin piernas. Más allá de la retórica barata que se puede hacer sobre la imagen, al presidente López Obrador no le debió gustar la metáfora. Una imagen puesta en un pedestal que terminó en el piso hecha añicos. Por eso, no es pertinente erigirle monumentos a personajes que siguen en el poder, semejantes acciones son como estos cuchillos de doble filo: cortan al entrar y al salir. La acción se ve como un acto de lambisconería y si sale mal, como es el caso, es motivo de disgusto.

Si al morenista Roberto Téllez Monroy le ganó el fervor lopezobradorista, la iniciativa le salió cara. Al presidente no le hizo gracia ver su imagen despedazada en el suelo y mucho menos, verla así en Atlacomulco donde, después de haber ganado la alcaldía, la volvieron a perder para dejarla en manos de una coalición política en la que participó el PRI. Así, quedó claro que el exedil de MORENA no parece saber en dónde está parado, ni enterarse de lo que significa en términos políticos este municipio ni saber cuáles son sus usos y costumbres ni entender quiénes han sido los personajes notables que han nacido en esos lares. O, puede ser que sabiendo muy bien dónde está parado, todo haya sido un mensaje intencionado.

Mal y de malas. Aunque López Obrador ha rechazado que hagan monumentos o nombren calles en su honor, no es la primera vez que simpatizantes de su movimiento develan una escultura suya. En agosto del 2021, un grupo de simpatizantes develó una estatua del mandatario y anunció que la escultura quedaría finalmente colocada en Palacio Nacional, la sede del Poder Ejecutivo en México y residencia oficial del presidente de la República, aunque las autoridades no han aprobado la idea. Pues, más vale que le vayan midiendo el agua a los camotes y que vayan moderando sus demostraciones de fervor, digo. Es bueno saber de geografía, por si las dudas.

El mandatario mexicano aseguró que “ya no es tiempo de rendir culto a las personalidades” y precisó que “en mi caso tengo escrito en mi testamento que no quiero que se use mi nombre para nombrar ninguna calle, no quiero estatuas, no quiero que usen mi nombre para nombrar una escuela, un hospital, nada absolutamente”. ¿Será? Y, si eso es así, ya queda claro que no le hacen caso. Al desobediente, ya le dejaron una estatua rota.

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