¿Qué país verá el presidente?
Este domingo, López Obrador se levantará temprano, me imagino que con gran ilusión, para hacer —según sus propias palabras— por última vez algo que realmente le encanta: encabezará una marcha para festejar los que piensa que son sus grandes éxitos en lo que él a denominado cuatro años de transformación.
Imagino que entre ese gusto agridulce estará la emoción de reunirse con su porra, de rodearse de su equipo de aplaudidores y la tristeza que da el inexorable paso del tiempo. El sexenio va declinando y más allá de lo que dice y de los datos con los que cuenta, me pregunto ¿qué país verá el presidente. Para AMLO, según sus propias declaraciones, en México las cosas ya se modificaron gracias a su movimiento de renovación nacional.
Dice ver que aquí ya no domina la oligarquía, que ya no se permite la corrupción, que ahora sí pagan impuestos los más ricos, que el país cuenta finanzas públicas saludables, que casi todos los hogares se benefician de programas sociales, que los más pobres están felices de la vida en su administración, que ya no hay violencia en el país y que si rascamos un poco la tierra, no nos toparemos con un cadáver sino con leche y miel. El señor presidente dice que, por fin, los mexicanos que a él le importan han disfrutado de esa tranquilidad que emana de la justicia. Parece que desde su punto de vista, el pueblo mexicano está “feliz, feliz, feliz” México está avanzando a tambor batiente y que gracias a su gestión, nuestro país tiene un renombre brillante y promisorio que ya quisieran otras naciones. Esa es la visión presidencial de nuestro país expresada por el mismo Andrés Manuel López Obrador. Si están así de bien las cosas, hay que salir a marchar de gusto por las calles.
Yo digo que, desde el balcón del Palacio Nacional, en el púlpito de las mañaneras o en las calles rodeado de todos sus partidarios, México se ha de ver muy bonito. Ese es el país que ve el señor presidente. Para que mirar por los rumbos de Zacatecas donde nos asesinan a un general brigadier que estaba al frente de la Guardia Nacional en el estado; ni ganas de mirar lo que está sucediendo con el número de feminicidos, de violencia de género, de asesinatos a periodistas, de crecimiento de la pobreza, de fallas en el sistema de salud. Además, desde la perspectiva de López Obrador, eso ni su culpa es, si hay que pedirle cuentas a alguien, pídanselas a la Mafia del Poder, a los neoliberales del pasado, a los malos que no se llevan con él. Imagino que desde donde el contempla al país, no hay números que comprueben el incremento en la inseguridad, ni pena entre las familias que andan buscando a sus desaparecidos o enterrando a los muertos.
¿Cómo ver otra cosa si sus asesores y su círculo cercano le dice que vamos viento en popa contentos como los que más? De sus corcholatas recibe los aplausos que el presidente siente merecer y ellos le dispensan generosamente. No me opaquen con sus amar-guras mi festejo, dirá. Acompañen mi gozo de saber que, como lo informó la secretaria de Seguridad hace unos días, octubre es el segundo mes más violento del año. Festejemos los casi tres mil homicidios del mes tan sangriento o la caída en el cumplimiento de su deber del general José Silvestre Urzúa o los cuerpos sin vida que aparecen en nuestras carreteras o las extorsiones que reciben los pequeños empresarios en sus negocios. En medio de tanto aplauso, de todas las loas y lisonjas, apartado del ruido y el silencio de la reflexión, ¿qué país verá el presidente?
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