Reforma judicial (crónica desde la banqueta)
1.- Mirasol mueve la cabeza sorprendida: esta noche es complicado encontrar lugar en el estacionamiento ubicado donde la gente de Guanajuato capital recuerda que estaba un Vips. De pronto, distingue a un magistrado del Tribunal Colegiado que camina entre los autos con su esposa y sus hijos. Visten de negro. En la máquina de cobro la escena también es poco común: hay una larga fila de personas también con playera oscura y una consigna estampada, logra reconocer que son empleados del Poder Judicial Federal. Entonces comprende lo que sucede: el lugar está saturado porque ahí dejaron sus vehículos algunos de lo que ahora regresan de una marcha nombrada como un libro de Gabriel García Márquez: “Crónica de una muerte anunciada”.
Como Mirasol suele acudir a manifestaciones por causas sociales, sabe de la frecuente precariedad y dificultades para confeccionar la ropa, lonas y objetos simbólicos con lo que expresan sus demandas. Por eso llama su atención que estos opositores a la reforma judicial luzcan prendas confeccionadas para la ocasión. Tampoco es un dato menor, que al contrario de las protestas que invocan pesadumbres, por ejemplo, cuando se trata de los desaparecidos donde utilizan veladoras encendidas, estos llevan en sus manos velas de pila, es decir fuego de a mentiritas.
Afuera de un aparador se detiene a contemplar la retirada de esas decenas de servidores públicos ligados al mundo del derecho y la impartición de justicia. Presurosos suben a sus automóviles, en su mayoría del año y de alta gama BMW, Mazda, Mercedes…
2.- En la entrada de Silao un chico ofrece panfletos descriptivos de las funciones del Poder Judicial Federal, entrega un folleto a Mirasol quien ha bajado el vidrio de su auto. Al mirar a este joven que podría confundirse con algún ferviente Testigo de Jehová rescatando almas, siendo ella también apasionada del derecho, piensa en sus adentros: “eso lo hubieran hecho antes, hasta ahora salen a asolearse, pero siempre se sintieron lejanos de las personas de a pie, de todos los justiciables. Siempre se han manejado con un discurso muy elitista, algo así como: Güey, somos las, los, operadores del derecho, somos los que entendemos de esto, porque tú mexicano, mexicana eres el obrero, el naco, el prieto que no entiende porque esto es complejo, no está fácil, no es para gente ignorante, sino para abogados que somos gente culta, inteligente”. El chico balbucea que han salido a la calle porque “están tratando de hacer conciencia”, aunque agrega descorazonado: “la gente no quiere entender…”.
Mirasol cierra la ventanilla de su Aveo austero y retoma el camino rumbo al barrio del Coecillo de donde es originaria. En el trayecto, mientras los enormes anuncios, los aviones del aeropuerto y las edificaciones del Puerto Interior desfilan ante sus ojos, reflexiona sobre el hecho de que aunque en esa burocracia tan establecida pueda haber algunas preocupaciones legítimas, por ejemplo sobre los jueces sin rostro o el modo de elegirlos, esos trabajadores no han encontrado respaldo ciudadano a sus protestas. Seguramente porque quien ha pisado esos pasillos sabe que en el Poder Judicial del Estado o en el de la federación, con sus honrosas excepciones, impera el nepotismo, el tráfico de influencias, la corrupción, los privilegios desmesurados.
Cuando se adentra en el bulevar López Mateos, siente un nudo en la panza, no porque esté alineada con los retrógradas conservadores de la ciudad zapatera, pero tampoco le compra a Morena todo el cuento de venderse como “los nuevos niños héroes redentores de la patria”. Es hasta que mira la sonrisa de su pequeña hija Carla Valeria en la puerta, que su corazón recupera la alegría.
Senado…o el México sórdido
La noche del miércoles, los canales oficiales transmiten la sesión del Senado de la república en la que se votará la reforma al Poder Judicial. Sus comentaristas, puestos en el otro extremo de los críticos biliosos al gobierno de López Obrador, dejan el periodismo de lado (“por el bien superior de la patria”) y hacen las veces de voceros oficiosos. Una pregunta inevitable, al ver ese desfile de caras muchas de ellas viejas conocidas, es cuántos de esos senadores, senadoras, deberían estar en una celda y no ahí, tomando decisiones tan trascendentes para millones de mexicanos. La presencia de algunos, en sí misma ya es una burla al país.
Antes y durante la votación el espectáculo es deplorable: los de derecha en su versión dura (PAN) y en su versión cool (MC) están desfigurados, derrochan clasismo, odio enfermizo, mientras los priistas, sabedores del rechazo que generan, optan por ser discretos. Los verdes y petistas camaleónicos, sin principios ni escrúpulos, lucen serviles con quien les da respiración de boca a boca (eufemismo de dinero público). Entre la mayoritaria bancada morenista algunos se muestran sobrados, hasta burlones, hay quienes invocan a López Obrador con el mismo ciego fanatismo que los musulmanes a Alá o los panistas a sus mártires cristeros; otros son menos estridentes, pero prevalece en la mayoría la euforia de creerse portadores de las energías y virtudes (dicen que casi divinas) del “pueblo”, ese mantra de moda en la política nacional.
Cuando pasada la medianoche concluye la votación, en algún lugar, el jefe de la dinastía de políticos panistas veracruzanos de apellido Yunes (durante años señalado de corrupción hasta por el mismo López Obrador) tal vez levanta su copa para brindar.
De lo sucedido esta noche que algunos llaman histórica, se puede concluir que el México corrupto y sórdido sigue entre nosotros.