Sociedades menguantes
Cecilia Durán Mena
Parece que los modelos sociales de la actualidad están cansados. El descenso demográfico que exigió el transitar a una vida moderna y el envejecimiento de la población se están convirtiendo en un fenómeno global que tiene un resultado evidente: la desaceleración económica. Además, los diversos estilos de vida que se tienen para enfrentar la cotidianidad nos están generando un empequeñecimiento de la franja de población productiva: habrá muchas personas en edad de jubilación y muy pocas que sean económicamente activas.
En un mundo en el que la aceleración social, la distracción colectiva y la hiperconectividad nos llevan a la inmediatez —queremos todo rápido y bien— las personas del siglo XXI parecemos seres que acaban de salir de sus madrigueras después de haber sido perseguidos por un depredador mortal. Da la impresión de que nos salvamos por un pelito de las grandes acechanzas. No obstante, todos estamos padeciendo las consecuencias.
Ya pasaron tres años del confinamiento mundial que llevó a la Humanidad al límite y ahora enfrentamos una guerra que mata sin distinción a civiles y tiene objetivos no militares, el crimen organizado crece a la misma velocidad que los vicios que vende en cada rincón del planeta, los eslabones de las cadenas productivas han tenido mucho trabajo en restablecerse y eso ha tenido impactos económicos que ralentizan nuestras posibilidades de crecimiento y progreso.
Más allá de los discursos políticos, de si nos gusta la derecha o la izquierda, si nos identificamos el rojo o el celeste, si preferimos el rosa o el azul está la realidad: estamos viviendo a nivel mundial uno de los peores momentos de enfriamiento económico, nuestros calendarios tienen una perspectiva oscura. Estamos perdiendo ímpetu porque por primera vez en el mundo la población de más de sesenta y un años crecerá a doble dígito mientras los nacimientos van decreciendo. La población económicamente activa será una franja delgada ya que muchos que podrían trabajar no lo hacen por falta de oportunidades, por problemas de salud física o mental. Los vicios crecen irrefrenablemente. Este dato nos lleva inexorablemente a una consecuencia lógica, hay menos gente que es económicamente activa.
Además, los que sí están en rango de trabajar, no están tan comprometidos. El trabajo no significa lo mismo para las personas que pertenecen a la generación de los Baby Boomers —que ya se empiezan a jubilar— que a los Millennials que ponen foco en la tecnología e innovación, buscan empleo donde exista diversidad y trabajo en equipo, autonomía, buen ambiente laboral, relación con jefaturas, reconocimiento rápido y si no, se van en búsqueda de un espacio que les dé significado.
Más allá del juicio de lo que es o no correcto está el hecho de que las sociedades estamos padeciendo las consecuencias. Hace algunos años parecía normal que una persona trabajara en una sola empresa toda su vida. Hoy, esta visión ha dado un giro radical. Las personas cambian de trabajo con tanta frecuencia que es una gran sorpresa que alguno permanezca más de dos años en una misma compañía. Hay un gran desperdicio de recursos en capacitación por parte de las empresas y de experiencia para los trabajadores.
Es cierto que hoy, en general, se tiene un nivel mayor de educación. Según la consultora Deloitte, entre aquellos que nacieron después de 1995, cuatro de cada diez tienen estudios de grado superior. Para ellos, la educación es un aspecto de gran relevancia, pero también lo es la experiencia de viajar y desarrollar proyectos personales. Conseguir un trabajo estable no es la única prioridad en su vida. Muchos dejan de trabajar porque dan prioridad a otros valores de vida y porque tienen apoyos por parte de sus familias —padres o abuelos— y cuentan con la seguridad que les da ese soporte.
El problema es que esa generación de soporte se está empezando a jubilar y esos apoyos serán endebles. Si eso se convierte en el factor constante, podemos observar el gran riesgo que implica pertenecer a un modelo social que va menguando. El envejecimiento de la población económicamente activa y la ralentización económica van de la mano y no son una fórmula de progreso. Es momento de observar y darle un giro a la tendencia para dejar de ser sociedades menguantes.
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