Vidas ajetreadas
La obligación de actuar, de producir y de rendir conduce a la falta de aire. El ser humano se asfixia en su propio hacer.
Byung-Chul Han
La sensación de que el tiempo no alcanza es propia de nuestra época. Sentir que la vida transcurre con rapidez y nos deja atrás puede resultar por momentos abrumador.
El tema del tiempo ha merecido horas y horas de estudio, inversión de tiempo para comprender el paso del tiempo. En Los esclavos del tiempo, una obra actual de la socióloga Judy Wajcman, afirma que el atractivo de la velocidad metropolitana se halla indisolublemente unido a los ideales dominantes de la modernidad.
“La aceleración actual, hacer el máximo en el tiempo que uno tiene y materializar el mayor número de opciones posibles de entre las vastas posibilidades que ofrece el mundo, es la versión secular de la felicidad. Los discursos culturales que valoras las vidas llenas de acción con elevados niveles de consumo llevan a la gente a procurar vivir vidas ajetreadas que resultan a la vez estresantes y reafirmantes”.
Hubo un tiempo en que la contemplación, la calma, el ocio, el descanso, era considerado algo bien visto, un recurso preciado. De hecho, en algunas culturas de organización más sencilla lo sigue siendo. Sin embargo, en las ciudades industrializadas del mundo occidental, las cosas se han invertido y lo anterior es mal visto: la contemplación se considera pasividad (con tono peyorativo); la calma, aburrimiento; el ocio, conformismo; el descanso, flojera.
“Hacer algo, moverse, cambiar: eso es lo que goza de prestigio, a diferencia de la estabilidad, que a menudo se considera sinónimo de inacción”, es la conclusión de Luc Boltanski y Eve Chiapello, en El nuevo espíritu del capitalismo.
El mundo está organizado alrededor de la producción de capital. Ese es el mandato. Y quien se atreva a desobedecer se ganará el estigma de la sociedad, porque estará atentando contra la maquinaria que requiere mantener sus engranajes bien sincronizados.
El filósofo Byung-Chul Han llega al mismo punto con otras palabras: dado que sólo percibimos la vida en términos de trabajo y de rendimiento, interpretamos la inactividad como un déficit que ha de ser remediado cuanto antes. Ese percibir todo en términos de trabajo y rendimiento nos lleva a la explotación por propia voluntad y con la creencia de que nos estamos realizando.
El filósofo señala cómo se puede llegar a explorar incluso a la propia inactividad: en sus palabras: “la obligación de producir transforma la inactividad en una forma de actividad para poderla explotar”.
Algo que, como profesional de la salud mental, me inquieta es constatar la manera en que la dinámica arriba descrita entra muy pronto en la vida de los niños y niñas a través del hiperconsumo, del exceso de compras y regalos, así como en la vida de los y las jóvenes a través de agendas sobresaturadas.
Acompañando psicoterapéuticamente a adolescentes, puedo observar niveles de estrés que pueden llegar a la toxicidad no sólo por la saturación de actividades que tienen como finalidad aprender múltiples habilidades que prometen que será un buen productor y con ello obtendrá el mejor puesto que le dará los mejores ingresos económicos, sino también por la exigencia de alto rendimiento desde ahora (el mejor de la clase, de la selección deportiva, etcétera).
Son muy jóvenes y ya defienden la saturación y el rendimiento. El sistema capitalista se mete en sus células a través de las instituciones con pericia.
Sería bueno permitir a los niños, niñas y adolescentes serlo. Permitirles vivir a su ritmo, un ritmo diferente al de los adultos. Y con las y los jóvenes reflexionar acerca de la velocidad de la vida, el ajetreo, el consumismo, el individualismo, la cultura de la autoexplotación y el rendimiento, para que puedan tener una vida más sana ahora y después.
Finalmente, recordemos también las palabras del filósofo Han: “la inactividad es una forma de esplendor de la existencia humana. Hoy se ha ido difuminando hasta volverse una forma vacía de actividad”. Llenemos de sentido a la inactividad en lugar de difuminarla.
Gaudencio Rodríguez Juárez
Psicólogo / [email protected]