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Toda una vida en el Mercado Embajadoras: Doña Angélica lleva décadas alimentando a Guanajuato

Doña Angélica creció en el Mercado Embajadoras, ahí conoció el amor, sacaron para mantener a su familia y sigue resistiéndose a la competencia
Guanajuato

Héctor Almaguer

Toda una vida en el Mercado Embajadoras: Doña Angélica lleva décadas alimentando a Guanajuato Toda una vida en el Mercado Embajadoras: Doña Angélica lleva décadas alimentando a Guanajuato

Doña Angélica y sus hijas se encargan del puesto en el Mercado Embajadoras.

León, Guanajuato.- Todos los domingos en el mercado Embajadoras de Guanajuato capital, podemos encontrar un lugar especial, un pequeño espacio donde los aromas se entrelazan con las historias y los recuerdos, como hilos de una memoria colectiva que pertenece a los capitalinos. Allí, a unos cuantos metros del monumento a la bandera, se encuentra el puesto de Doña Angélica Millán quien lleva ya 52 años cocinando historias.

Su puesto, es uno de esos santuarios del sabor tradicional mexicano. Aquí, entre las enchiladas y el pozole verde y el rojo, todavía se escuchan los murmuros de secretos ancestrales y se desprenden olores que evocan los recuerdos mas entrañables.

 
 

Heredera de una tradición familiar de comercio, desde los 6 años de edad empezó a acudir al mercado a atender el puesto de la familia con su hermana mayor.

“Yo llegué a la edad de 6 años aquí al mercado Embajadoras… mi papá fue comerciante del Mercado Hidalgo y también mis hermanas las mayores… yo estuve en la Ex Estación, ahí mi esposo me puso un negocio de venta de películas, cuando se acostumbraban las películas, ya después fue bajando la venta de películas, le cambié zapatos, a juguete, a bolsa, pero un día llegó una pariente de mi esposo y me dijo - Oye ya vienen cervantinos, ¿por qué no te pones a vender comida?...Ya después me gustó, y tengo 28 años ya vendiendo la comida, y en esto de las enchiladas 20 años…Damos servicios a fiestas, eventos, a donde nos invitan a trabajar, ahí vamos, y diario vendemos la comida a domicilio, entregamos en oficinas, en universidades, diferentes partes”.

Fue ahí mismo, entre los jitomates, los gritos de los vendedores y los sabores, que doña Angélica se enamoró y formó una familia nada más y nada menos que con otra leyenda de Embajadoras: “El Veneno”.

 
 

“Después nos conocimos desde muy chicos no sé yo tenía como 10 años cuando yo me acercaba ahí a su puesto a que me calentara tortillas para cenar, pero ya era una niña y él pues también estaba chico y ya más grandes nos hicimos amigos, ya después novios y pues aquí estamos hasta la fecha tenemos 43 años de casados y pues aquí ya tenemos historia, la verdad aquí nos conocimos, nos casamos hicimos nuestra vida, mis hijas nacieron de aquí del mercado, aquí se hizo toda una vida”.

Sin embargo, no siempre le gusto el comercio, tuvo que agarrarle el gusto.

“Cuando yo me caso, no me gustaba el comercio, claro crecí ahí, pero yo nunca me imaginé que iba a vivir de esto, pero mi esposo nunca me dejó trabajar en otro lado, siempre dijo que no, que él no quería que tuviera un jefe que me gritara, que me mandara, - ¿Quieres trabajar? te voy a poner un negocio… Y pues lo puso, y de ahí para acá… Ahora ya que mis hijas están grandes, ahora con ellas tenemos el apoyo, y por ellas estos negocios siguen funcionando, por ellas, mis cinco hijas, todas son las que trabajan aquí en el negocio”.

Pero el bullicio que alguna vez definió al Mercado Embajadoras ha cambiado. Los clientes habituales, aquellos que solían esperar pacientemente mientras doña Angélica corría de un lado a otro tratando de dar abasto son ahora un recuerdo cada vez más borroso. Los supermercados, con sus luces blancas y estantes perfectos, parecen haber conquistado a las nuevas generaciones que poco a poco abandonan centros de comercio tradicionales, como este.

 
 

Doña Angélica habla del cómo las personas hoy prefieren comer hamburguesas y pizzas y otros alimentos surgidos de la cultura estadounidense, que se preparan con ingredientes procesados y congelados, dejando de lado alimentos que se preparan con ingredientes frescos y al momento como los de los mercados, acabando así no solo con la economía de estos centros de abasto, sino con su propia salud y hasta economía, pues muchas veces en esos lugares se paga el doble o hasta el triple, de lo que se pagaría por un plato de comida en un mercado, los más jóvenes incluso piden todo por aplicación desde su celular, y ya ni si quiera salen de sus casas.

La permanencia de negocios como el de doña Angélica es en sí mismo, un acto de resistencia cultural. Su puesto, sencillo pero lleno de vida, es un recordatorio de nuestra esencia, de nuestros ancestros y nuestras tradiciones, que se resisten a desaparecer ente el vértigo de un mundo moderno, que parece a toda costa querer dejarlos atrás.

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