¿Por qué ganan los charlatanes?
«Dormir ahora, queridos, hasta que vuelva de nuevo el verano»
A través del espejo, Louis Carrol
Estoy segura de que muchos compartimos la sensación de que el planeta está de cabeza y que de repente nos encontramos habitando en el mundo al revés. Vemos charlatanes que saben endulzar los oídos y nos quedamos con los ojos cuadrados ante la credibilidad que generan. En el opinómetro, muchos se atreven a abrir la boca, a inventar historias, a prometer, a decir mentiras y lo peor es que se les cree. Nos quedamos patidifusos sin entender cómo hacen semejantes sujetos para ganar. En ese grupo, encontramos a políticos, conductores de programas, influencers y todo tipo de funambuleros que engañan con cachaza. ¿Cómo es posible que una sarta de mentirosos engañen y se salgan con la suya?
El cuestionamiento no es novedoso, a lo largo de la historia de la humanidad, muchos nos hemos planteado ese cuestionamiento. El gran Louis Carroll escribió en 1871 Alicia a través del espejo, una novela en la que la protagonista vuelve a entrar en un mundo fantástico, esta vez trepando a través de un espejo al mundo que puede ver más allá de él. Allí encuentra que, al igual que un reflejo, todo se invierte, incluida la lógica y uno tiende a preguntarse si estamos experimentado lo mismo que ella.
¿Por qué ganan los charlatanes? La respuesta es simple: porque hay gente que les cree. Como sucede con toda pregunta pertinente, siempre hay un antecedente y un precedente. Los charlatanes pueden endulzarles el oído a las personas porque antes hubo gente que les amargó la vida. Es decir, alguien puede ilusionarse por una promesa de cambio cuando su situación es tan precaria que no tiene otra más que abrazarse a una esperanza, sin valorar si las palabras tienen sustento o serán como un polvo que se lleva el viento.
Aunque hay quienes al observarlos saben que lo dicho por un charlatán no es posible de lograr, criticarán sus contradicciones, otros aplaudirán emocionados. Recientemente, me tocó escuchar el discurso de fin de año que un directivo universitario daba a estudiantes, académicos, administrativos y algún otro despistado que andaba por ahí. El hombre se lanzó a hablar del Homo Deus, una propuesta de Yuval Noah Harari, —un fenómeno editorial unánimemente aclamado por la crítica— que centra su curiosidad en el futuro de la humanidad y en nuestra obsesión por convertirnos en dioses. El tema es provocador y está en el centro de los sueños y pesadillas de los seres de la actualidad. Pero, antes de lanzarse a hablar del tema, por lo menos hay que haber leído el libro. Claramente, el sujeto jamás pasó la vista por esas páginas. Sólo se dieron cuenta quienes ya lo habían leído.
Ver las reacciones en ese evento me llenó de curiosidad. Por un lado, los académicos que estaban en la audiencia se miraban unos a otros y por lo bajo se burlaban de las barbaridades que el director expresaba sin pudor. Por el otro, muchos muchachos no le pusieron atención y a la hora de finalizar, aplaudieron con gran alegría. Incluso, hubo algunos de los asistentes fueron a felicitar al orador por sus maravillosas palabras. Lo peligroso fue ver la satisfacción del director que se asume como un genio. ¿Hacia dónde vamos? ¿Cómo protegeremos al mundo de nuestros propios poderes destructivos?
Y, por supuesto, luego está lo que pasa después de que un charlatán se gana la confianza de la gente y se cree sus propias mentiras. Me sorprendió ver como el director, a pesar de estar rodeado de gente que sí sabía, nadie lo contradijo ni le pidió una aclaración y mucho menos se atrevió a interpelarlo. En ese momento, se conjuró el engaño. Los charlatanes ganan porque la gente les cree y cuentan con la omisión de los que sí se dan cuenta de la falsedad de las palabras. El silencio es cómplice y el lenguaraz cuenta con esa complicidad.
Entonces, tal como sucede en Alicia a través del espejo, las reglas se trastocan y la lógica ya no es invitada a la reunión. Así, las cosas más extrañas pueden suceder. Hay grupos que se sienten parte del círculo cercano del charlatán, que lo defienden a capa, escudo y espada, que pierden la capacidad de análisis y que dan su voto de confianza sin enterarse de que las promesas que se les hicieron, ni se las han cumplido ni se las van a cumplir. Los ladinos tienen la fuerza para convertir a sus seguidores en peones que serán capaces de ir a la guerra por ellos por pura fidelidad. Lo hacen porque su desencanto tiene esa envergadura.
Y, todo es como una vieja reina que usa peluca frente a sus súbditos que la admiran por la belleza de su cabellera. Al principio, el tupé está bien colocado y ella se mueve con prudencia para no dejar su calvicie expuesta. Habrá quienes noten algo extraño. Conforme su majestad va ganando confianza, se mueve con mayor seguridad y empieza a descuidarse, se olvida de la peluca. El postizo se empieza a deslizar y la calvicie empieza a quedar expuesta hasta que no hay más remedio. Claro, unos se habrán dado cuenta desde antes que ese no era el pelo de la monarca y otros hasta que se le vean las tonsuras.
Los charlatanes ganan porque nosotros les otorgamos la victoria, sea por crédulos o por omisos. Seguro, al leer estos renglones, habrás pensado en uno a varios de estos farsantes que han ganado y siguen ganando a pesar de todo.
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