Rumbo a los 300 años del Acueducto de Querétaro
La postal icónica de los arcos de Querétaro tiene un lugar en el álbum mundial de los monumentos que identifican a las ciudades con valor universal, como el Centro Histórico de Guanajuato y sus Minas adyacentes, San Miguel de Allende y su Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco, Ciudad de México y Xochimilco, Paris y Torre Eiffel, Londres y el Big Ben, Roma y su Coliseo, Madrid y La Puerta de Alcalá, Barcelona y la Catedral de la Sagrada Familia y muchos lugares más de México y el orbe.
1726 es el año de registro histórico en que la piedra sobre piedra comenzó a tomar forma del Acueducto de Querétaro. De su edificación se hablaba entonces en los paseos principales de la ciudad, en las tiendas más selectas y en los mercados más arrabaleros. Dos lustros y dos años después, en 1738, los incrédulos y los más fervientes partidarios de su construcción estuvieron uno junto al otro pasmados ante el colosal abastecedor de agua que cambiaría la vida cotidiana de pobres y ricos, de libres y esclavos, de españoles, criollos, mulatos, mestizos, zambos, liberales y conservadores. Todos los queretanos, por quince días, prolongaron la fiesta al culminarse la magna obra benefactora de la urbe fundada en 1531.
Su construcción se debió a la decisión de remediar la mala calidad del agua potable y su escasez. Fue don Juan Antonio de Urrutia y Arana, Marqués de la Villa del Villar del Águila quien, atendiendo la solicitud de sus protegidas monjas capuchinas, fundadoras del convento de San José de Querétaro, hizo las gestiones respectivas con el entonces alcalde de la ciudad, Juan de Baeza y Bueno y con el Virrey Juan de Acuña, Marqués de Casafuerte; enviado por el rey Felipe V.
Además, el benefactor Urrutia, aportó una importante suma de dinero para iniciar la obra hidráulica que significó múltiples y complejos retos, en virtud de la topografía propia del terreno y del trazo; donde la atarjea fue el recurso técnico elegido para traer el agua con buen caudal del gran depósito del “Ojo del Capulín” hasta el convento de los frailes franciscanos de la Santa Cruz, donde hoy se aprecia una fuente de estilo arquitectónico barroco. Y, de aquí hasta el inicio de la arquería de este acueducto que, en 2026, celebrará su 300 aniversario de edificación.
La queretana infraestructura, con 21.40 metros en su punto más alto y desplantado con acertada técnica constructiva sobre un solo arco, recibió mantenimiento en 1957 y desde 1960, dejó de transportar agua en su cañería superior. Hoy, se suma a la lista de acueductos virreinales que se conservan: El Sitio en el Estado de México, Padre Tembleque en Hidalgo y el de Morelia, entre otros. La seguridad del agua permitió al gobierno de la Nueva España el desarrollo de la minera y demás rubros económicos como la agricultura, el comercio en los mercados y molinos, entre otros por explotar. Asimismo, se facilitó la vida en los conventos y otras congregaciones católicas.
Ayer y hoy, la historia de los monumentos hidráulicos de México patrimonio de la humanidad es un palimpsesto cotidiano. ¡Hasta el próximo palimpsesto!