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Aprender a crecer, sin miedo

Opinión

Jorge Luis Ramos Perez

Aprender a crecer, sin miedo

Hace algunos años una noticia se hizo viral. Se trató de un vídeo que evidenció al personal de la estancia infantil “Aprendiendo a Crecer”, en San Francisco Totimehuacán, Puebla, utilizando un audio de La Llorona que atemorizaba sobremanera a los pequeños niños y niñas.

Llanto, temblor, rostros desencajados, desconcertados, confundidos, angustiados, acercamiento a la maestra para encontrar cobijo y protección –de algo que esta misma provocó–, es lo que se puede observar en las imágenes.

“¡Ay mis hijos!”, expresión tétrica escuchada por las y los infantes que se encontraban sentados y jugando tranquilamente en el suelo. Explosión de cortisol en sus respectivos cerebros, que a algunos los congeló y a otros los hizo buscar protección ante la imposibilidad de huir del lugar.

“Por eso cállense, porque los bebés están dormidos”, les dice la maestra mientras graba el momento, pretendiendo con esto mantener en silencio a un grupo que solo jugaba.

Apelar al miedo para controlar el comportamiento. Un recurso milenario aún vigente en nuestro tiempo, desafortunadamente, y que hace más daño del que la sociedad quiere reconocer. Es por esto que a la fecha mantienen vigencia métodos tales como amenazas, castigos, gritos, regaños, golpes, etcétera.

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La expectativa de obediencia ciega es lo que aún motiva a muchas educadoras y educadores contemporáneos. Y para tal fin, no les importan los medios ni las consecuencias.

El miedo es una emoción directamente relacionada con nuestra supervivencia y la de las personas cercanas y ampliamente estudiada y conocida actualmente. El biólogo y psicólogo español Manuel Hernández explica que cuando el cerebro percibe algún peligro, se activa la amígdala, la cual envía una señal al cuerpo a través del sistema nervioso autónomo, el cual puede recurrir a tres pasos: 1) La primera respuesta sería ir en busca de ayuda, de apoyo social; los bebés y los niños buscan el contacto físico y emocional de sus cuidadores. 2) Si la ayuda no aparece o no es suficiente, entonces se valora la posibilidad de la lucha o la huida. 3) Si las dos opciones anteriores no son posibles, entonces se produce la inmovilización y la consiguiente disociación traumática de la personalidad y a nivel corporal la disociación somatoforma (lo cual pone en el terreno del trauma al niño o niña).

Para las y los infantes del video huir del lugar no era una opción. Algunos buscaron apoyo en la maestra, pero a otros quedaron inmovilizados por el pánico.

Hoy sabemos que nada de lo vivido se va a la basura, sino que todo se guarda en nuestra memoria, sobre todo las experiencias traumáticas, las cuales nos llevan en la edad adulta a evitar situaciones semejantes.

En la edad adulta el miedo a hablar en público, ser rechazado, no ser aceptado o hacer el ridículo puede provocar reacciones de ansiedad en función de cómo nuestras figuras de cuidado nos hayan acompañado en la infancia.

Lo que necesitamos entender es que el miedo daña el cerebro. De manera precisa al sistema límbico, donde se encuentra la ínsula, órgano que facilita la introspección y permite que evaluemos nuestros estados corporales y el estado emocional de los demás, y que cuando se encuentra dañado, los individuos no pueden empatizar con las emociones ajenas ya que al no sentir nada no son capaces de interpretar lo que siente la otra persona. ¿Será por esto que la maestra que produce y graba esta escena, así como la otra que aparece al fondo aun riéndose del terror de los niños y niñas son incapaces de detectar el daño y sufrimiento que están provocando? ¿Habrán padecido en su respectiva infancia lo mismo que ahora ellas provocan a este grupo de infantes, y tienen una ínsula atrofiada?

Apelar a los métodos basados en el miedo es una crueldad que provoca mucho sufrimiento, una violación a los derechos humanos, por lo tanto, delito, un abuso que daña al cerebro y a la sociedad en su conjunto. Comencemos por reconocerlo, para entonces, trabajar con más intensidad en su erradicación y poner en su lugar métodos respetuosos de la dignidad de las niñas y niños, de sus derechos humanos. Solo así tendremos una sociedad más compasiva, sensible, respetuosa, más humana. Solo así ayudaremos a los niños y niñas a aprender a crecer realmente.

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