Viernes, 29 Noviembre, 2024

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Crece violencia en Sierra Gorda (datos para el General Dimayuga)

Opinión

Eliazar Velázquez Benavídez

Una tarde de finales de agosto en lo más alto de la Sierra Gorda, en donde amanece y anochece envuelto en neblina, una madre campesina se adentró en los cerros, con la preocupación dibujada en el rostro, buscando a dos de sus hijos que, luego de la escuela no llegaron a casa. Subió y bajó veredas con una pequeña hija en su mano. El padre, también alarmado, se desplazó en su vehículo a una ranchería vecina, sede de la secundaria a la que acuden; aunque les han advertido que no suban a camionetas “con caja”, como las de algunos comerciantes que transitan esos caminos aislados, temían que por algún medio los hubieran sustraído de su comunidad situada a 2100 metros de altitud a la que solo se puede llegar recorriendo una brecha que durante muchos kilómetros  serpentea las montañas.

 
La Sierra.

Afortunadamente, todo el incidente terminó en un susto: los estudiantes se distrajeron en un paseo entre los árboles  y omitieron avisar de su tardanza. Lo que resultaba dramático en aquella escena de angustia es cómo, hasta en esa lejanía, en donde los cerros se tocan con las nubes, ya está sembrado el mismo sentimiento de inseguridad, desconfianza, vulnerabilidad, pérdida del territorio propio, que se percibe como un flagelo en todo Guanajuato.

Por eso resultan desafortunadas las declaraciones del general Vicente Dimayuga Canales, coordinador estatal de la Guardia Nacional, quien el pasado miércoles, entrevistado al final de un acto cívico, negó la existencia de “focos rojos”, subestimado así la grave problemática de inseguridad y violencia.

Desde un cuartel, con un arma larga al hombro y otra pistola fajada en la cintura, la percepción de la realidad seguramente pierde matices, pero ni siquiera se ocupa realizar labores de inteligencia castrense para darse cuenta de que, en todos los rincones del estado, se ha perdido la tranquilidad y la delincuencia, en sus múltiples formas, está penetrando cada vez más espacios o ya incluso controla micro territorios.

Recuento de algunos hechos recientes

Notas  periodísticas dan cuenta de que el general Dimayuga  asumió su cargo apenas comenzando agosto, por lo que es probable que no conozca al detalle toda la geografía guanajuatense, pero es urgente que alguien le informe de la situación de la Sierra Gorda (en donde todavía hasta hace una década los análisis de seguridad, tanto militares como civiles, consideraban que la delincuencia tenía bajo perfil y en sus mapas de trasiego de droga no veían más que transito esporádico de marihuana) y es que  la realidad ha dado un giro brusco, pues coincidiendo con el auge del  huachicol y con el protagonismo de dos personajes claves para la seguridad estatal: Álvar Cabeza de Vaca y Carlos Zamarripa, se registra, en esa región montañosa, un ascenso inusitado de la delincuencia, ya desbordada.

 
General Vicente Dimayuga

En semanas recientes y como prueba de ello, una serie de sucesos  delictivos han conmocionado a dos pequeños municipios serranos: en una localidad situada en los límites de los municipios de Xichú y Santa Catarina, caracterizada por recibir muy altas cifras de remesas, una noche un grupo armado se introdujo a una vivienda presumiblemente en busca de un hombre. Los lugareños cuentan que, al no encontrarlo, golpearon a su padre y le exigieron dinero. 

También en el trascurso de agosto, trascendió que presuntos integrantes de un grupo delictivo incursionó en territorio xichulense en busca de personas específicas para exigirles pago de cuota. Igualmente, se conoció de un veinteañero, perteneciente a los conocidos como “coyotes”, que habría sido torturado de las manos e interceptado en una carretera, lo que algunos pobladores interpretan como un mensaje de quienes se disputan ese tipo de negocios.

Hace una semana, a solo cuatro kilómetros de la cabecera, una persona fue ultimada en su vivienda con arma de fuego. A metros de ese lugar, un cartel de la delincuencia organizada a finales del año pasado colocó por primera vez una lona con su propaganda. Luego, hace dos noches, un jovencito fue herido a puñaladas en una calle céntrica del poblado.

En un tramo carretero que parte de San Luis de la Paz y atraviesa el municipio de Victoria, a plena luz del día, desde una camioneta delincuentes con armas largas  le apuntaron al tripulante de otro vehículo, lo obligaron a detenerse y le quitaron sus pertenencias.

En esa misma alcaldía, pero en la zona montañosa que colinda con el municipio potosino de Rioverde, sicarios irrumpieron en una vivienda, sacaron un hombre, lo ejecutaron y dejaron su cuerpo tirado sobre la brecha  ante el azoro de quienes a  horas tempranas transitan ese camino vecinal. En las terribles imágenes que circularon de esa desgracia se observa al difunto tirado en medio de un paisaje arbolado: su origen campesino se delata en el uso de los tradicionales huaraches “sancireños” que vestía.

Alcaldes ¿omisos o cómplices?

Los gobernantes de los municipios de Xichú, Francisco Orozco Martínez, y de Victoria, Juan Diego Ramírez, están cumpliendo su segundo año de gobierno, pero a esta fecha puede afirmarse que no están sumados al combate de la delincuencia organizada, como tampoco lo están el resto de alcaldes y alcaldesas de  la zona serrana.

 
Juan Diego Ramírez.

Las razones de esa omisión tendrían que discernirlas  autoridades competentes, no obstante resulta evidente que los ayuntamientos, por temor o complicidad, están inmovilizados ante este inédito crecimiento de la inseguridad y violencia, por lo que las iniciativas para enfrentar a la delincuencia en el interior de  la Sierra Gorda (que involucra a individuos de la misma región y a redes externas) solo puede  provenir tanto de los sectores de la misma población que rechazan esas prácticas, como  de autoridades estatales y federales; para eso se requiere que Vicente Dimayuga Canales ajuste su  mirada y no enmascare  la realidad pretendiendo ver focos blancos donde todos son rojos.

 
Francisco Orozco.

La tragedia que nos envuelve no debe medirse solo en el número de muertos, cifras además siempre manoseadas por esa ociosa disputa de los actores políticos de endosarse unos a otros la responsabilidad. Lo que está aconteciendo es más complejo que las meras estadísticas de homicidios dolosos.

En el caso de la Sierra Gorda, durante décadas los sucesos violentos casi siempre estaban enmarcados en agravios familiares o comunitarios, eso ha quedado atrás y actualmente, en su mayoría,  están  relacionados con robos, con la venta y consumo de estupefacientes, con el mercado negro de armas y con las redes de traficantes de personas a los Estados Unidos.

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