El amor, entre la coerción y la libertad
Vivimos una época donde los matrimonios se arman desde la voluntad. Generalmente no son obligados a casarse con tal o cual, tampoco nadie les elige la pareja. Pero la libertad para emparejarse lleva implícita la libertad para desemparejarse, cosa que, a los hombres contemporáneos, más que a las mujeres, les cuesta aceptar, y que por lo mismo se vuelven capaces de intensificar el control y hasta recurrir a la violencia con tal de evitar la separación o el divorcio que la compañera anuncia.
Sentimiento, matrimonio, sexualidad, o bien, amor, procreación, placer, son tres ingredientes con los que cada época en la historia de la humanidad jugó, tratando a veces de disociarlos, otras de reunirlos, nos explican las y los historiadores. La ruta fue: matrimonio sin amor ni placer, matrimonio de amor sin placer, placer de amor sin matrimonio. Una historia donde las mujeres fueron las eternas sacrificadas.
“La historia del amor –dice la directora en jefe de la revista LʹExpress, Dominique Simonnet– es la de una larga marcha de las mujeres (con los hombres un poco a la zaga) para liberarse del arnés religioso y social y reivindicar ese derecho sin embargo elemental: el derecho de amar”.
Primero la pareja tuvo como función procrear y asegurar la herencia y la filiación. Nada de amor.
Después, en el Renacimiento, son los pobres los primeros que lanzan una escandalosa reivindicación: ¿y si también se pudiera amar a aquel o a aquella con quien uno está casado?
Con el correr de las décadas del siglo XX las parejas se erotizan, se liberan. La revolución sexual barre con antiguos tabúes. Pero esta vez se vuelve totalitaria la sexualidad, corriendo el amor, una vez más, con los gastos.
¿Dónde estamos hoy? Simonnet explica que, gracias a los progresos de la ciencia y la evolución de las mentalidades, nuestras tres esferas pueden estar totalmente disociadas: se puede hacer el amor sin procrear, procrear sin hacer el amor y está admitido hacer el amor sin amar. “Sin embargo –continúa Simonnet–, signo de nuestra época paradójica, nunca tuvimos tantas ganas de reunirlas: un amor duradero donde se cultive el placer, ¡ese es el ideal de nuestro tiempo! Queremos las tres a la vez. Sin embargo, y nos percatamos de ello con cierto desamparo, esas nuevas elecciones que se nos ofrecen también tienen su peso. El amor no es más fácil de vivir en la libertad que en la coerción”.
Ver nota: Ante ola de Covid, ¿escuelas volverían a cerrar en Guanajuato?
La expectativa de formar un matrimonio donde perdure el amor y el erotismo junto a la crianza de los hijos, es válida, sin lugar a dudas. Pero exige madurez, un gran esfuerzo y amplios recursos individuales y vinculares con las que no siempre se cuenta.
Se sabe que para que una pareja nazca se requiere la voluntad y el deseo de dos. Pero para que termine es suficiente con el de uno. Es en estos momentos en que se desearía la coerción ancestral que hacía impensable las rupturas. De hecho, no con poca frecuencia hace aparición esa historia que todavía vive en nosotros, esa herencia no sólo de nuestros padres, sino también de las numerosas generaciones que nos precedieron. Es entonces cuando aparece el control, el abuso, la violencia. Todo con tal de evitar que la pareja se vaya.
Muchos matrimonios hoy mismo se sostienen no con base al amor, sino gracias al miedo infundido a través de las amenazas y al hostigamiento. Se trata de hombres que no conciben que su pareja sea dueña de su voluntad. Hombres con reminiscencias del pasado donde eran amos y dueños de las mujeres, niñas y niños.
Mantener el matrimonio con base al amor significa, entre otras cosas, que ambos respetan la libertad del otro, asumiendo que en ese ejercicio de autonomía esta podría dejar de seguirle eligiendo.
El reto es mantenerte atractivo para tu pareja, para que después de cada viaje, evento o actividad que esta realice (donde convivirá y conocerá gente interesante y atractiva) regrese a casa y te siga eligiendo.
Mi deseo es que tu pareja vuelva a ti por amor y no por temor.
Y nunca olvidemos que la coerción sofoca al amor. Mientras que la libertad lo hace florecer.